Irene Vallejo, El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo, Madrid, Siruela, 2019:
p. 20: Cada cierto tiempo leo con desconsuelo artículos periodísticos que vaticinan la extinción de los libros, sustituidos por dispositivos electrónicos y derrotados frente a las inmensas posibilidades de ocio. Los más agoreros pretenden que estamos al borde de un fin de época, de un verdadero apocalipsis de librerías echando el cierre y bibliotecas deshabitadas. Parecen insinuar que muy pronto los libros se exhibirán en las vitrinas de los museos etnológicos, cerca de las puntas de lanza prehistóricas.
p. 58: La cerámica, las esculturas y los relieves representan a hombres y mujeres, atrapados por la lectura, reproduciendo estos gestos. Están de pie, o sentados con el libro en el regazo. Tienen ocupadas las dos manos; no pueden desplegar el rollo con solo una. Sus posturas, actitudes y gestos son distintos de los nuestros y al mismo tiempo los recuerdan: la espalda se comba ligeramente, el cuerpo se agazapa sobre las palabras, el lector de ausenta de su mundo por un momento y emprende un viaje, transportado por el movimiento lateral de sus pupilas.
p. 86: Caminé lentamente por la alargada sala [del convento de San Marcos, en Florencia, donde al parecer se situó la primera biblioteca moderna]. Han desaparecido las mesas, sustituidas por vitrinas donde se exponen valiosos manuscritos. Ya nadie viene a leer a este espacio renacentista de luz y silencio, convertido en museo, y, sin embargo, entre estas paredes se respira la atmósfera cálida de los espacios habitados.