Manuel Vilas, Ordesa, Alfaguara, 2018:
pp. 68-70: Es una tarde de finales de abril del año 2015, es un día 29, decido ir a ver una exposición sobre una escritora santa de la literatura española. La exposición es en la Biblioteca Nacional de Madrid. Tengo mucha hambre. Casi no he comido. Entro en las salas dedicadas a la exposición. Hay un montón de cuadros que pretenden ser retratos de la santa. Me fijo en que en ningún cuadro aparece la misma mujer o el mismo rostro. Es como si fuesen un montón de mujeres y a la vez ninguna. Nadie sabe qué cara tenía, no se recuerdan sus facciones. Todos esos pintores que la retrataron eran una panda de falsarios. Sus facciones, sus ojos, la forma de su nariz, sus pómulos son de viento. No conocemos su rostro de manera indubitable. Por tanto, podría haber sido cualquier rostro; ningún rostro. Quienes la pintaron, la retrataron de oídas.
Aquí no hay nada.
Miro sus libros manuscritos: un montón de tinta delirante, una caligrafía salida del infierno. Poco se ha dicho sobre la materialidad de la escritura, y es un asunto más relevante que las influencias literarias y que las apariciones de Dios. Por ejemplo: no es lo mismo escribir en un teclado que en otro; en una pantalla de un portátil o en una pantalla grande; en una pantalla rectangular o en una cuadrada; en una mesa alta o en una mesa baja; en una silla con ruedas o en una silla sin ruedas, etcétera, etcétera.
Porque la materialidad de la escritura es la escritura. De hecho, Santa Teresa escribió como escribió porque se le cansaba la mano de tanto meter la pluma en el tintero, de ahí su letra desganada y caótica y feroz y con mala sangre. […]
Me intereso por esta mujer, por esta santa. Mucha gente puede llamarla, si así lo desea, «madre». Puede ser la madre de todos: ¿qué significa esto? ¿Podría ser ella mi madre muerta? […]
Esta mujer a la que ahora recuerdan en el quinto centenario de su nacimiento está muerta. Es una muerta con experiencia secular. […] Miro su biografía: nació el 28 de marzo de 1515, que es como no haber nacido nunca. Es imposible que ese año signifique algo en este 2015. Hay documentos, y obras literarias, y pictóricas, e iglesias y castillos que demuestran que debieron de existir personas metidas dentro de esos números: 1515. […]
Nadie sabe cómo fue el rostro real de Santa Teresa. Nadie pudo hacerle una fotografía. Y los rostros de mi padre y de mi madre muertos sí están fotografiados.
Debo romper esas fotografías, para que mi padre y mi madre queden igualados a Santa Teresa.
p. 326: [La incertidumbre] procede de la comprobación de que no has llegado a acaparar mucho conocimiento sobre la naturaleza de la vida. Por eso solo nos queda la materia, los objetos: casas, fotos, piedras, estatuas, calles, cosas así. Las ideas espirituales son melancolía venenosa, bolas de antimateria ardiendo. La materia, en cambio, aún conserva cierto conocimiento. […]
La materia aún conserva un espacio, mantiene el tiempo viejo metido en un espacio.